Patagonia
La historia de una gran empresa que une la calidad con la responsabilidad por la protección del planeta
En 1953, a la edad de 14 años, Yvon
Chouinard, fundador de Patagonia,
se inició como escalador en
el Southern California Falconry. En
este club se entrenaban halcones para la
caza y uno de los líderes adultos, Don Prentice,
le enseñó a descender por los acantilados
en rappel hasta llegar a los nidos de
halcones, a Yvon y sus amigos los atrapó
este deporte y fueron aprendiendo a escalar
y a descender rocas en rappel.
Chouinard comenzó a pasar todos los fines
de semana de invierno en Stoney Point y
las primaveras y otoños en Tahquitz Rock,
al norte de Palm Springs. Allí conoció a
otros jóvenes escaladores que pertenecían
al Sierra Club, incluyendo a T.M. Herbert,
Royal Robbins y Tom Frost. Luego los amigos
se mudaron de Tahquitz a Yosemite
para aprender a escalar los grandes muros.
Los únicos pitones que existían en ese tiempo
estaban hechos de hierro blando, y una
vez posicionados en la roca, quedaban en
ella. Pero en Yosemite, las múltiples escaladas
diarias requerían cientos de posicionamientos.
Luego de conocer a John Salathé,
un escalador suizo y swedenborgiano
místico que había hecho una vez pitones
de hierro duro a partir de ejes modelo A,
Chouinard decidió fabricar su propio equipo
reutilizable. En 1957 fue a un basurero
y compró una forja a carbón, un yunque de
63kg., algunas pinzas y martillos, y comenzó
a aprender herrería como autodidacta.
Chouinard fabricó sus primeros pitones a
partir de la cuchilla de una cosechadora
vieja y los probó con T.M. Herbert en las
primeras escaladas de Lost Arrow Chimney
y en la cara norte del Sentinel Rock en Yosemite.
Se corrió la voz y al poco tiempo sus
amigos quisieron tener los pitones de acero
y molibdeno cromados de Chouinard.
Antes de darse cuenta, ya estaba en el negocio.
Chouinard construyó un pequeño negocio
en el jardín de sus padres en Burbank.
Como la mayoría de sus herramientas eran
portátiles, podía cargarlas en su auto y recorrer
la costa de California haciendo surf,
desde Big Sur hasta San Diego.
En los años siguientes, Chouinard fundía pitones
en los meses de invierno, pasaba desde
abril hasta julio en los muros de Yosemite
y luego escapaba del calor del verano hacia
las altas montañas de Wyoming, en Canadá,
o hacia los Alpes, para después regresar a
Yosemite en otoño, hasta que nevara en noviembre.
Subsistía vendiendo equipos en el
baúl de su auto.
El equipo de Chouinard
La demanda de los equipos de Chouinard
pronto se incrementó y no pudo continuar
fabricándolos a mano, tuvo que comenzar
a utilizar herramientas, matrices y maquinarias.
En 1965 se asoció con Tom Frost, un
ingeniero aeronáutico y escalador que tenía
buen gusto para el diseño y la estética. En los
nueve años que Frost y Chouinard fueron socios,
rediseñaron y mejoraron casi todas las
herramientas para escalar. Las hicieron más
fuertes, livianas, simples y funcionales. Regresaban
de cada viaje a las montañas con
nuevas ideas para mejorar las herramientas
existentes.
En 1970, Chouinard Equipment era el mayor
proveedor de equipos de los Estados Unidos.
Era también un enemigo del medio ambiente,
porque sus equipos dañaban la roca. Escalar
se había vuelto más popular, pero continuaba
estando concentrado en rutas muy
recorridas en áreas como El Cañón Dorado,
The Shawangunks y el Valle de Yosemite.
"Abrimos el camino en el ‘72 al defender la “escalada
limpia”. Desde entonces hemos trabajado para limpiar
la forma en que hacemos la ropa."
Las mismas grietas frágiles tenían que soportar repetidos repiqueteos de pitones, durante
el posicionamiento y la remoción, y la deformación
era grave. Luego de una ascensión
de la degradada ruta Nose en El Capitán, la
cual estaba inmaculada unos pocos veranos
atrás, Chouinard y Frost decidieron abandonar
el negocio de los pitones. Este sería el
primer gran paso a favor del medio ambiente
que darían con los años. Fue un gran riesgo
de negocios, los pitones eran aún el principal
sostén del negocio, pero tenían que hacerlo.
Afortunadamente, había una alternativa: empotradores
de aluminio que podían calzarse
a mano en lugar de hacerlo dentro y fuera
de las grietas. Los introdujeron en el primer
catálogo de equipos de Chouinard en 1972.
El catálogo comenzaba con un editorial de los
dueños sobre los peligros de los pitones para
el medio ambiente. El ensayo de 14 páginas
escrito por el escalador Doug Robinson sobre
cómo utilizar los empotradores comenzaba
con un poderoso párrafo:
“Hay una palabra para esto, y la palabra es
limpio. Escalar solo con fisureros y cuerdas
como protección es alpinismo limpio. Es limpio
porque el escalador no destruye la roca a
su paso. Es limpio porque no se martilla nada
en la roca para luego sacarlo dejando de esta
forma una marca en la roca y haciendo que la
experiencia del próximo escalador sea menos
natural. Es limpio porque la protección del
escalador deja pocos rastros de su ascenso.
Limpio es escalar la roca sin modificarla, un
paso más hacia el alpinismo orgánico para el
hombre natural.”
Unos pocos meses después de que el catálogo
hubiera sido enviado por correo, el negocio
de los pitones se había estancado y los empotradores se vendían más rápido de lo
que se podían fabricar. En los galpones de
Chouinard Equipment, el ritmo del continuo
golpeteo del martillo de forja cedió su lugar
al agudo chirrido de los taladros.
Indumentaria para escaladores
A finales de los sesenta, los hombres no usaban
ropa brillante y colorida, no fuera de sus
casas. La indumentaria deportiva consistía en
buzos y pantalones grises, y para escalar en
Yosemite se utilizaban pantalones de algodón
color tostado cortados y camisas blancas
de vestir compradas en ferias americanas.
En una excursión de alpinismo en Escocia en
1970, Chouinard compró una camiseta de
rugby reglamentaria para usarla para escalar.
Creada para resistir los rigores del rugby, tenía
un cuello que evitaría que las cintas del
equipo cortaran el cuello. Era azul, con dos
rayas rojas y una amarilla en el centro cruzando
el pecho. Cuando regresó a los Estados
Unidos, Chouinard la usó con sus amigos
escaladores, quienes le preguntaron en dónde
podían conseguir una.
Le encargaron unas pocas camisetas a Umbro,
en Inglaterra, y se vendieron inmediatamente.
No podíamos mantenerlas en stock
y pronto encargaron también camisetas en
Nueva Zelanda y Argentina. Otras empresas
los copiaron y pronto se dieron cuenta de
que habían introducido una última moda en
los Estados Unidos. Comenzaron a considerar
la indumentaria como una forma de ayudar
a mantener el marginalmente rentable
negocio de los equipos, y en 1972 ya vendían
impermeables de poliuretano y sacos de vivac
de Escocia, guantes de lana y mitones de
Austria, y gorros reversibles tejidos a mano
de Boulder.
Al hacer más y más indumentaria, necesitában
un nombre para la línea de indumentaria.
¿Por qué no “Chouinard?. Ya tenían una
buena imagen, ¿por qué comenzar desde
cero?. Tenían dos razones en contra de esto.
En primer lugar, no querían debilitar la imagen
de Chouinard como una empresa de herramientas
al fabricar indumentaria con ese
nombre. En segundo lugar, no querían que
su indumentaria se asociara únicamente con
el alpinismo.
Para la mayoría de las personas, especialmente
en ese entonces, Patagonia era un nombre
como Timbuktú o Shangri-La: lejano, interesante,
no del todo en el mapa. Patagonia trae
a la mente, como una vez escribieron en una
introducción del catálogo, “visiones románticas
de glaciares adentrándose en fiordos,
de picos abruptos erosionados por el viento,
de gauchos y de cóndores.” Ha sido un buen
nombre, y puede pronunciarse en todos los
idiomas.
Que mi gente haga surf
Pudieron, en muchos sentidos, mantener vivos
sus valores culturales, incluso durante los
años de crecimiento fuerte y luego del shock
de los despidos de 1991. Estaban rodeados
de amigos que se podían vestir como quisieran
y podían incluso estar descalzos. La gente
corría o surfeaba en el almuerzo, o jugaba al
volley en la parte trasera del edificio. La empresa
fue sponsor de viajes de ski y turismo,
había grupos de amigos que realizaban viajes
informales, en los que viajaban a las Sierras
un viernes a la noche y llegaban a casa tambaleándose
pero felices, justo a tiempo para
trabajar el lunes a la mañana.
Desde 1984 no han tenido oficinas privadas.
Esta disposición arquitectónica a veces crea
distracciones, pero también mantiene la comunicación
abierta. Ese año abrieron una cafetería
en la que los empleados pueden reunirse
durante el día y que actualmente sirve
comida saludable, en su mayoría vegetariana.
Y además, ante la insistencia de Malinda
Chouinard, abrieron un centro de cuidado
infantil en las instalaciones, en ese entonces
uno de los solo 150 existentes en el país (hoy
en día hay más de 3000). La presencia de niños
jugando en el patio, o almorzando con
sus padres en la cafetería ayuda a mantener
el clima de la compañía más familiar que empresarial.
Continuaron además ofreciendo,
principalmente en beneficio de los padres
que trabajan pero también de otros, horas
de trabajo flexibles y empleos compartidos.
Nunca han tenido que inclinarse hacia la cultura
de la empresa tradicional, que hace que
los negocios sean rígidos e inhiben la creatividad.
En general, simplemente hicieron el
esfuerzo de mantener sus propios valores y
tradiciones.
Comienzos de la ética ambiental
Patagonia era todavía una empresa bastante
chica cuando comenzaron a dedicar tiempo y
dinero a la cada vez más aparente crisis ambiental.
Todos vieron lo que estaba ocurriendo
en los lugares más remotos del planeta:
una creciente contaminación y deforestación
y la lenta y luego no tan lenta desaparición de peces y vida silvestre. Y vieron lo que estaba
pasando más cerca de su casa: Sequoias
de miles de año que sucumbían ante el smog
de Los Ángeles, la disminución de la vida en
las marismas y lechos de algas y el desarrollo
descontrolado de la tierra a lo largo de la
costa.
Lo que leían sobre el calentamiento global, la
tala y quema de bosques tropicales, la rápida
pérdida de agua subterránea y el mantillo, la
lluvia ácida, la ruina de ríos y arroyos por su
encenagamiento en represas, reforzó lo que
veían con sus propios ojos y olían con sus narices
cuando viajaban. Al mismo tiempo, fueron
tomando conciencia de que con las batallas
arduas libradas por dedicados pequeños
grupos de gente para salvar áreas de hábitat
podían obtenerse resultados significativos.
La primera lección la aprendieron en su casa,
a comienzos de los años 70. Un grupo de
ellos fue a una reunión en el Concejo Municipal
para ayudar a proteger una zona de
rompiente de olas. Sabian vagamente que el
Río Ventura había sido un importante hábitat
de salmones plateados. Luego, en los años
40, se construyeron dos represas y el agua se
desvió. A excepción de las lluvias invernales,
la única agua que quedó en la boca del río
fluía de la planta de aguas residuales. En esa
reunión en el Concejo Municipal, muchos expertos
testificaron que el río estaba muerto y
que canalizar su boca no tendría efecto en las
aves y vida silvestre restantes o en la zona de
rompiente de olas.
El panorama se veía desalentador hasta que
Mark Capelli, un estudiante de Biología de
25 años, mostró un show de diapositivas de
fotografías que había tomado a lo largo del
río: de las aves que vivían en los sauces, de
las ratas almizcleras y serpientes marinas y
de anguilas que desovaban en el estuario. Incluso
mostró una diapositiva de una trucha
dorada. Aproximadamente cincuenta truchas
doradas continuaban desovando en el
río muerto.
El plan de desarrollo derrotó. Le dieron a
Mark espacio en una oficina, una casilla de
correo y pequeñas contribuciones para ayudarlo
a ganar la batalla del río. Surgían más
planes de desarrollo y los amigos del Río Ventura
trabajaban para defenderlo, limpiar el
agua y aumentar su corriente. La vida salvaje
aumentó y más salmones plateados comenzaron
a desovar.
Mark les enseñó dos importantes lecciones:
que un esfuerzo de base podía hacer una diferencia,
y que un hábitat degradado podía,
con esfuerzo, recuperarse. Su trabajo los inspiró.
Comenzamos a hacer donaciones regulares
y a adherirse a pequeños grupos de trabajo
para salvar o recuperar hábitats en lugar
de donar dinero a las ONG con gran número
de personal, gastos estructurales y conexiones
empresariales. En 1986 se comprometieron
a donar el 10% de sus ganancias anuales
a estos grupos. Luego subieron la apuesta al
1% de las ventas, o el 10% de sus ganancias,
la cantidad que fuera mayor. A partir de ese
momento, todos los años han mantenido ese
compromiso.
En 1988 iniciaron su primera campaña por
el medio ambiente en nombre de un plan alternativo
maestro para desurbanizar el Valle
de Yosemite. Cada año desde entonces han
llevado a cabo una importante campaña de
educación ambiental. Fueron precursores
en tomar una posición en contra de la globalización
del comercio cuando compromete
las normas ambientales y laborales. Abogaron
por la remoción de las represas en donde
se encenagaban los ríos. Las represas de
utilidad marginal comprometen la vida de los
peces. Apoyaron los proyectos de terrenos
vírgenes que buscan preservar ecosistemas
completos y crear corredores para que la fauna
pueda deambular. Cada dieciocho meses
dan una conferencia llamada “Herramientas
para Activistas”, en la que enseñan marketing
y publicidad a algunos de los grupos con
los que trabajan.
También, desde el principio, dieron los pasos
iniciales para reducir su propio rol como una
empresa contaminante: desde mediados de
los años 80 utilizan papel con contenido reciclado
para sus catálogos. Trabajan con Malden
Mills para desarrollar poliéster reciclado
en la fabricación del pólar Synchilla.
El centro de distribución en Reno, inaugurado
en 1996, logró una reducción del 60% en el
consumo de energía con el uso de claraboyas
de seguimiento solar y calefacción radiante;
utilizan materiales reciclados para todo, desde
varillas y alfombras hasta divisiones entre
urinarios. Modernizaron los sistemas de
iluminación en los comercios existentes y la
construcción de nuevos negocios fue cada
vez más amigable con el medio ambiente.
Evaluaron las tinturas que utilizan y eliminaron
de la línea los colores que requerían el
uso de metales tóxicos y sulfuros. Más importante,
desde comienzos de los años 90, la
responsabilidad ambiental fue un factor clave
del trabajo de todos ellos.
"La misión:
Fabricar el mejor producto, no causar daños innecesarios
y utilizar los negocios para inspirar e implementar
soluciones frente a la crisis ambiental."
1% for the Planet
Desde 1985, Patagonia ha destinado el 1% de
sus ventas a la preservación y restauración
de hábitat naturales. Han otorgado más de
89 millones de dólares en efectivo y en apoyos
en especie a diversas pequeñas organizaciones
medioambientales de Estados Unidos
y del mundo que trabajan para marcar
la diferencia en sus comunidades locales. En
2002, el fundador de Patagonia, Yvon Chouinard,
y el dueño de Blue Ribbon Flies, Craig
Mathews, crearon una corporación sin fines
de lucro para incentivar a otras empresas a
hacer lo mismo.
1% for the Planet es una alianza de empresas
que entienden que es necesario proteger
el hábitat natural porque sus ganancias o sus
pérdidas están directamente relacionadas
con la salud del mismo y, a la vez, son conscientes
del impacto social y medioambiental
de sus industrias.
Comercio Justo: el primer paso
“Comercio Justo” es la traducción al español
de “Fair Trade”. La confección certificada es
una de varias iniciativas que Patagonia está
tomando para mejorar las vidas de las personas
que fabrican sus productos.
La consigna es simple: Patagonia paga un
monto adicional por cada artículo cosido que
lleve la Certificación de Comercio Justo™ y
ese dinero va directo a una cuenta bancaria
controlada por los trabajadores. Además, el
programa no se rige como una organización
vertical, sino que en cada caso los trabajadores
eligen de forma democrática un comité
de Comercio Justo que es el encargado de
decidir el destino de los fondos. Pueden utilizarlo,
por ejemplo, para financiar proyectos
comunitarios con fines sociales, económicos
o medioambientales como salud privada o
guarderías, o pueden entregarlos como bonos
en efectivo y así mejorar el salario de los
trabajadores.
Garantía de Hierro
Patagonia dentro de sus personales características
se destaca por la garantía que reza:
“Garantizamos todo lo que fabricamos. Si no
estás satisfecho con alguno de nuestros productos
en el momento de recibirlo, o si alguno
de nuestros productos no cumple con las
expectativa a tu satisfacción llevalo al local
donde lo hayas comprado o a Patagonia para
que se lo repare, reemplace o reembolse. El
daño producido por el uso de la prenda será
reparado a un costo razonable”.
Swap Day
Dentro del trabajo que realizan para reducir
la huella ambiental de sus productos, saben
que el impacto más positivo que pueden hacer
es simplemente producir menos.
Por eso crearon el Swap Day, una jornada
para intercambiar prendas Patagonia que ya
no usamos con otros miembros de la comunidad,
y renovar nuestro guardarropas sin
comprar nada.
Para participar basta con llevar una prenda
Patagonia limpia y en condiciones a la tienda
de Patagonia Buenos Aires y llevarse a cambio
un botón para usar durante el próximo Swap
Day. Los productos están divididos en categorías,
por lo que se recibe un botón azul, amarillo,
o verde según la prenda que dejas.
Si durante el Swap Day no encontrás una
prenda que te convenza podés guardarte el
botón para el Swap Day siguiente, donar su
valor a organizaciones medioambientales,
o intercambiarlo por un descuento del 10%
para la compra de otra prenda de esa misma
categoría.