En el sur de Chile
Historias y aventuras en la Tierra del Fuego.
La primera imagen que se obtiene al arribar
a los confines del continente americano refleja
intensidad, energía, casi vehemencia.
Rayos luminosos traspasan las nubes y convergen
con brillo inusitado sobre el paisaje, como
manifiesta expresión de la naturaleza en todo su
esplendor. Atónitos hasta donde alcanza la vista,
resulta inútil, innecesario, cualquier atisbo previo
y espontáneo de fantasía o imaginación. Sucede
que la contemplación es inmediata, directa, en el
principio de un viaje en cuya hoja de ruta consta
una visita a la ciudad de Punta Arenas, en el sur
de Chile, navegación con destino al Fin del Mundo
a través del Estrecho de Magallanes y del Canal de
Beagle.
Excursión patagónica por la Tierra del Fuego, embarcados
en una emocionante aventura, pletórica
de historias y leyendas, que deja atrás tierra firme
al adentrarse en canales y fiordos, entremedio
de los hielos eternos. Un recorrido que además
trae consigo el reconocimiento de singular
gastronomía, la práctica de pesca deportiva y el
avistaje de elefantes marinos, pingüinos magallánicos,
cormoranes. Todo ello representado en un
marco de inusuales, diferentes fotografías, como
telón de fondo de un gigantesco anfiteatro natural,
de a ratos acariciado por la brisa tenaz, ligera
y persistente del viento blanco.
Al sur del Sur
La ciudad de Punta Arenas es una de las cuatro
comunas que integran la provincia de Magallanes,
la más austral del territorio chileno. Las otras son
San Gregorio, Río Verde y Laguna Blanca. Esta capital
regional patagónica y bien sureña, cuya denominación
proviene del castellano punta arenosa,
en traducción del inglés sandy point, presenta
una diversidad climática donde no escasean las
bajas temperaturas y los fuertes vientos, los cuales
son más intensos en primavera y verano. Sus
casi dieciocho horas de luz en temporada estival
se reducen a sólo cinco en invierno. Mientras los
puntarenenses se esfuerzan y ponen su acento
en la actividad comercial, portuaria y productiva
los habitantes de las otras comunas lo hacen
en la actividad ganadera, verdadera protagonista
del paisaje en convivencia con la diversidad de la
flora y fauna que lo caracteriza. La totalidad de
este territorio alcanza casi 37.000 km2 y recibe
en su extremo nororiental al paso fundamental
interoceánico descubierto en el año 1520 por el
portugués Hernando de Magallanes, el Estrecho
que lleva su nombre. Se avistan lejanas embarcaciones
que surcan estos mares australes previa
mirada sobre los tejados de variados colores. Sesenta
kilómetros al norte, camino a la ciudad de
Puerto Natales y luego de un desvío hacia Punta
Prat, se hallan las pingüineras del Seno Otway.
Se visita allí la colonia de pingüinos magallánicos.
Estas simpáticas aves se pueden apreciar luego de
recorrer un sendero realizado sobre una pasarela
de madera de 1.500 metros. A prudente distancia
para no molestarlos, se levanta un mirador para
observar su ingreso con las crías desde la playa
hacia sus nidos. De vuelta, sobre el lecho de un
río, se asiste al desplazamiento de aves carancas.
El macho es totalmente blanco y su pico negro,
mientras la hembra es de color gris oscuro parduzco con algunos toques blancos. La pareja es
muy fiel y compañera. El caranco selecciona las
mejores algas para el sustento compartido con
sus crianzas. En caso de pérdida de la hembra, el
macho se desorienta de tal manera que come ya
cualquier cosa sin escoger con paciencia y cuidado.
La ausencia de su amor lo lleva a un final trágico,
no previsto e irremediable.
“Rayos luminosos traspasan las nubes y
convergen con brillo inusitado sobre el paisaje, como manifiesta expresión de la naturaleza
en todo su esplendor.”
Un crucero en el Horizonte
A menudo cae una nevisca, una corta nevada sobre
el puerto de Punta Arenas. Entretanto, la tripulación
del crucero de expedición Stella Australis se
apresta a soltar amarras e iniciar el periplo hacia
el Cabo de Hornos, navegando antes por el Estrecho
de Magallanes, el Seno del Almirantazgo, el
canal Murray y frente a las costas de la isla Navarino
para anclar finalmente de frente a la ciudad
argentina de Ushuaia. Un recorrido de cuatro días
a través de los fiordos, ventisqueros milenarios,
cumbres con nieves eternas, ríos y mares gélidos
como espectacular paisaje dibujado en un lienzo
antes de transformarse en la representación vivaz
de una pintura. Canales australes en la ruta del
Beagle, en una travesía didáctica -a la intemperie
en ocasiones- que nos ayuda a ejercitar el físico
entremedio de variada vegetación y la mirada
atenta de animales marinos que, curiosos, observan
el singular peregrinar recreativo. El Stella surca
las aguas con tranquilidad, seguro, viento en
popa. A bordo, los pasajeros disfrutan mientras
tripulantes expertos acostumbrados a navegar estos
canales estrechos y con difíciles condiciones
meteorológicas realizan sus actividades habituales.
Con diligencia tal que exageran con humor
que los marinos no duermen, cuando cierran sus
ojos sólo están meditando. El tiempo en el barco
se esfuma, no alcanza. Tantas alternativas, tentaciones,
posibilidades. Ahora la navegación es a
través del seno Almirantazgo donde se visualiza
en pendiente, en la bahía Ainsworth, el imponente
glaciar Marinelli. Este ventisquero se halla en
pleno retroceso y está en la cordillera Darwin. Hacia
atrás, el Parque Nacional Agostini. Se emprende
allí una caminata que permite descubrir rastros
de los antiguos habitantes de esta comarca,
los yámanas. Algunas particularidades identificatorias
de la cultura nativa son el esmero y dedicación
que ponían en la construcción de las canoas.
Eran el elemento más trabajado y su propiedad
más valiosa. Su vida dependía de ellas ya que estaban
hechas de manera que se mantuvieran a flote
aun si las aguas estuvieran muy agitadas. Verosímiles
leyendas dejaron fragmentos cuasi mitológicos
de que las mujeres eran macizas valerosas
temerarias que se zambullían desde las embarcaciones
a las profundidades heladas en busca de
alimento, sustento para sus hijos que aguardaban
expectantes su regreso en tierra. Los yámanas se
esmeraban en apoderarse de pingüinos, cormoranes,
cauquenes y otras aves. Los arcos con sus
flechas, estas de punta de piedra tallada, eran
bien elaborados y eficaces. Conseguían la materia
prima de un árbol recto y firme, el canelo. Ambos
sexos gustaban adornarse con pinturas, collares,
muñequeras y tobilleras. Al continuar la marcha
aparece una madriguera de castores abandonada.
Estos roedores fueron importados en 1946 desde
Canadá a los territorios australes con la idea de
reproducción, comercio de sus pieles y el logro de
una buena ganancia. Parece que los animalitos no
estuvieron de acuerdo. Redujeron el grosor de su
piel dadas las diferentes temperaturas medias con
respecto al norte de América, se reprodujeron sí,
pero masivamente, y se expandieron por toda la
Patagonia y Tierra del Fuego. Actualmente se han
convertido en una plaga, no dejan árbol al que no
le hinquen sus filosos dientes, lo que está dañando
el magnífico bosque magallánico subantártico.
Al día siguiente, con el alba, no se pierde un minuto
para subir a cubierta y ver cómo el Stella se
interna por el canal de Beagle hasta llegar al glaciar
Pía. Nuevamente cae una tenue aunque persistente
llovizna cuando se divisa el embarcadero.
Bien arropados y listos para el ascenso a la cima
de un cerro vecino para apreciar bien de cerca el
bello paisaje que conforma la silueta del Pía junto
a un rompecabezas de pedazos de hielo expandidos
sobre el fiordo, un estruendo repentino obliga
a dar vuelta y volver la vista atrás. Es el instante preciso en que un grandísimo trozo del glaciar se
inclina, se desprende y marcha hacia abajo, hacia
las aguas. El suceso merece un Scotch que acerca
un miembro de la tripulación. Por la tarde, casi noche,
el Stella Australis va de paseo por la Avenida
de los Glaciares, hielos eternos que custodian la
marcha hasta el sur del mundo. Desde el buque de
expedición se asiste al desfile de enormes masas
congeladas que descienden desde las montañas
hasta el mar: Romanche, Francia, Alemania, Italia
y Holanda. De madrugada, se adentra en aguas
más abiertas. El mar está embravecido, furioso.
Ello no amilana a los 64 tripulantes y cerca de 180
pasajeros. El Stella continúa su marcha. Sin pausa
penetra las olas una tras otra apartando las aguas
hacia los costados. Desde las ventanas de los camarotes
se ve al espumoso vaivén golpear y desvanecerse
a babor y estribor. Más tarde, acontecida
la calma, y ya espabilados se puede apreciar
el contorno del Parque Nacional Cabo de Hornos,
el llamado fin del mundo. Capitanes de tormenta,
marinos experimentados, piratas intrépidos no
pudieron hacer pie en su suelo. Barcos de gran
porte naufragaron y otros tardaron cientos de
días en poder atravesar su paso. Corren lágrimas
por algunos rostros. Emoción y alegría contenidas
vaya uno a saber desde cuándo, que encontraron
este magnífico momento para lograr su auténtica
expresión. Trepados a los zodiak se va en busca
de la costa. Desembarcados, ciento cincuenta
y siete escalones llevan hasta la cima a recorrer
su perímetro. Algunos viajeros agradecen en una
pequeña capilla, la Stella Maris. El último tramo
de navegación deposita al pasaje en aguas internacionales
argentinas. Con una espléndida vista
nocturna de Ushuaia se produce la despedida y
una lancha efectúa el traslado hacia la otra orilla,
al Lakutaia Lodge, ubicado en las inmediaciones
de la ciudad chilena de Puerto Williams.
Fogatas de amor y vida
En el viaje que realizó el navegante portugués Hernando
de Magallanes, por ese entonces al servicio
del rey de España, y durante el cual descubrió
el Estrecho que comunica el océano Atlántico con
el Pacífico, los marinos no establecieron contacto
con los nativos. Lo que sí observaron desde sus
embarcaciones, fue una gran cantidad de fogatas,
encendidas por los habitantes que poblaban la
que actualmente se denomina Isla Grande. Esos
fuegos fueron vistos por Magallanes y su tripulación,
lo que llevó a que bautizaran a todo este
territorio insular, al sur del estrecho, como Tierra
del Fuego. Al final del continente, junto a un cortejo
de islas menores que se desgranan hacia el
sur, hasta el Cabo de Hornos, esta isla es destino
de viajeros que recorren y finalmente hallan un
lugar ideal para la incorporación de nuevos conocimientos,
cultura y las prácticas deportivas que
los apasionan. Posibilidades de acceso a lagos y
ríos para la pesca con mosca, sobrevuelos sobre
montañas y fabulosos glaciares, circuitos de trekking,
turismo de estancia y programas que cumplen
más de lo convenido. Tierra del Fuego -parte
de la Patagonia chilena- aguarda no sin sorpresas.
Esta zona, la más austral de América y tierra virgen
por donde se la recorra, aparece casi como
un destino exótico en el que se pueden encontrar
ballenas, elefantes marinos, focas, pingüinos. En
esta aventura, no sólo existe oportunidad de entrar
en contacto con animales de especies únicas
en el mundo, sino que también se disfruta de pasatiempos
formidables. El fly fishing es uno de
los más divertidos. La riqueza de truchas hacen
de esta área uno de los mejores lugares de Latinoamérica
para este deporte. A pesar de lo que
muchos creen, no es la mosca o cucharita con sus atractivos colores lo que atrae a las truchas a
morder el anzuelo. La trucha se enoja, se excita,
porque es muy celosa custodia de su territorio y
cuando el pescador efectúa su lanzamiento y el
pez alcanza a ver el brillo del señuelo pega el salto
en defensa de lo que considera una invasión
impertinente. A orillas del lago Deseado, en un
lodge del mismo nombre, brindan todo lo necesario
para principiantes y aficionados. Un lugar
magnífico con una vista, a lo lejos, entre montañas,
del límite con Argentina muy fotográfica. Un
principiante dio allí, desde un kayak, con una arco
iris a la que bautizaron Mona Lisa. Esquivo, el grisáceo
salmónido, con una fuerte raya azul a sus
costados, parecía divertirse con cierta descubierta
impericia. Hasta que en un descuido fue sorprendido.
Mona Lisa luchó denodadamente y se
ganó mucho respeto pero apenas si estuvo unos
instantes. La pesca deportiva es una cuestión de
honor, así que fue saludada y devuelta inmediatamente
a su hábitat natural. A puro cachete (a todo
trapo) como dicen por aquí, no se deja nada por
hacer. Una interesante recorrida por el lago Fagnano,
al que se lo reconoce como el Grand Slam
entre expertos, porque en sus aguas abundan cinco
especies valiosas de pesca: fontinalis, arco iris,
fario, marrón y plateada. Y un último paseo por la
capital fueguina, Porvenir, en la culminación de
un maratónico tour que dejó recuerdos de novedosas
sensaciones, desafíos e intensa actividad.
Unos pequeños aventureros que disfrutaron compartir
horas de cálida camaradería y agradable
compañía.
Hay ocasiones en la vida en que las personas se
sienten dichosas, dueñas del mundo. Así debe haber
sido allá abajo, cerca de las raíces, donde el
sur siempre existe.